Rafaela tiene 16 años y es gorda, a diferencia de su madre y de su hermana Aitana, que parecen modelos. Además es tímida, y en su curso se siente invisible ante todos, salvo para unas pocas amigas. Un día se cae por las escaleras de la escuela, pierde un aro y encuentra a Simón. Pero los prejuicios no son fáciles de desterrar cuando se tienen 16 años. Así se pone de manifiesto la experiencia de sentirse diferente en un mundo-espejo obligado a devolver imágenes idénticas a los jóvenes de hoy.
Empieza quinto año y a Rafaela, además de sus kilos y las miradas de los demás, le pesan algunas ausencias. Como la de su padre, como la de Simón. Y aunque a veces todavía aparecen las ganas de desaparecer, se siente viva, luciérnaga intermitente con deseos de gritar que aquí está. Mientras tanto, aparece León.
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